Del Amor al Suicidio
Al principio sentí que haber conocido a X fue lo mejor que me había pasado en la vida. Una mirada coqueta y una sonrisa seductora fue todo lo que necesité para sentir que esa persona tan atractiva, varonil y atlética era una manifestación que Dios me había puesto en mi camino para llenar el profundo vacío que llevaba en mi existencia gris y aburrida.
Al paso del tiempo, todo fueron atenciones, detalles, lisonjas ¡Ahh, creía tocar el cielo con los dedos!! Jamás nadie que me hubiese gustado había logrado que yo me enamorara tan rápidamente de alguien que mataría por estar en mi lugar. Y es que ese sentimiento de incertidumbre, de ansiedad, de preocupación de perderlo me estaba llevando al borde de la locura, de una obsesión enfermiza por empezar a vigilarlo con mensajes constantes, con llamadas frecuentes y por supuesto con una actitud de servilismo y de devaluación cada vez que me veía a su lado y pensaba que él merecía alguien física y económicamente mejor que yo.
Sin embargo, con el pretexto de celebrar juntos las fiestas patrias nos fuimos a aquel antro de moda para tomar algunas bebidas y bailar frenéticamente como muestra de lo feliz que me sentía por tener a un mangazo de esas características a mi lado. Pero todo se acabó para mí cuando a mi regreso de la barra de bebidas, lo ví abrazando a un tipo que estaba junto a nuestra mesa con quien sonreía divertido y le estaba pasando su número de celular para verse en otra ocasión. Yo sentí que el suelo se hundió bajo mis pies y un dolor súbito en el estómago me dejaba una sensación de tristeza y coraje. De nada sirvió que le echara en cara todos los momentos de cariño, los regalos lujosos, el tiempo compartido entre ambos ni aún mi complacencia para llevar a cabo sus prácticas sexuales riesgosas que ponían en peligro mi vida.
Él se limitó a reírse cínicamente de mí mientras veía comome quedaba sentado llorando de coraje y de decepción ante la infidelidad comprobada. A partir de ese momento, sentí que la brújula de mi vida había perdido el rumbo y me sentía como un bote zozobrando a los vaivenes de la pasión desbocada. Sentía que él se había vuelto el aire que yo respiraba para seguir viviendo y aquellos momentos del día como hacer ejercicio en el gimnasio para verme bien para él, habían perdido el entusiasmo y la alegría que antes me brindaba. Intente llamarle para rogarle que me disculpara, que me diera la oportunidad de seguir a su lado aunque siguiera viendo al otro tipo. Todo esto sin pensar en el daño emocional que me estaba causando la ruptura sentimental que me había dejado en la calle del abandono emocional y de la frustración de sentirme otra vez como perro sin dueño.
Para entonces era tanto el dolor y la depresión que caí en cama. Dejé de ir a trabajar a la oficina, recurrí a la hechicería para obtener algún remedio que me regresara su “amor”. Cansado de probar tantas y tantas cosas, entonces pensé en quitarme la vida para arrancarme de la mente el recuerdo penetrante y doloroso de haberlo perdido.
Y así, un día antes de que llegara el día destinado para que yo acabara con mi vida, llegué a N.A. Ahí escuché las experiencias de los compañeros y compañeras que hablaban sobre la forma enferma y dependiente con que el neurótico “ama” a las personas. A través de los historiales de ellos me di cuenta de que el neurótico está lleno de expectativas irreales por su anhelado por tener pareja. De la forma en cómo se llena ilusión y fantasía al comienzo de una relación, creyendo que ha encontrado “el amor de su vida”. También me sentí identificado cuando sobre la necesidad continua de disponer de esa persona con quien me había vuelto posesivo y cuidador de cada momento de su vida.
No pude menos que reflejarme con ellos cuando hablaban sobre la forma que un neurótico se aferra con uñas y dientes a alguien que idealiza, de la sensación de vivir con el miedo de perder el afecto y la aceptación de la persona que yo había idealizado y de quien no podía concebir que me pudiera fallar. Ellos me explicaban que sufría una dependencia malsana que crea cadenas de sufrimiento y amargura, e incluso de locura a quienes lo padecen. Porque el neurótico dependiente no encuentra sosiego porque cree valer a través de los demás. También me decían que la dependencia emocional es una de la más claras manifestaciones de egoísmo porque aunque parezca que “amamos” o “queremos” a las personas solo es “un patrón de necesidades emocionales insatisfechas desde la niñez, que ahora de mayores buscamos satisfacer mediante la búsqueda de relaciones personales más estrechas”. Y estas relaciones se basan en el instinto de aceptación, aún a costa de uno mismo. Ellos me decían que la diferencia en la forma en que yo entendía el amor considerado como sumisión, admiración exagerada de la otra persona, en realidad se debería de ser un intercambio recíproco de afecto. Y me decían que era el absoluto desencanto y dolor cuando la persona alabada se atreve a fallar. El resentimiento se convierte en odio desatado y en búsqueda de venganza. Desolación y decepción son cargas crueles y pesadas en las espaldas del dependiente emocional. De este modo, las relaciones se convierten poco a poco en pesadilla en la que predominan los chantajes emocionales, los pleitos, los abusos de una parte y la supuesta abnegación de la otra, hasta acabar en la separación o en la total supresión de una de las dos personas. Todo esto trae como resultado que los trastornos emocionales se hacen mayores y cada vez más graves.
Pero en N.A. encontré la salida al final del túnel en el que me había encerrado la dependencia. La fe que poco a poco fui adquiriendo se fortaleció con las experiencias de vida que a diario me comparten los compañeros. Allí empecé a desarrollar el concepto de un Poder Superior, Dios como cada quien lo concibe, que me podía devolver la esperanza y tranquilidad perdida. En algún momento, sentí que no podía seguir adelante y, en medio del dolor, la desesperación y la amargura que ocasiona vivir esclavizado a alguien, no tuve otra alternativa que caer de rodillas para pedir luz y esperanza de vivir tranquilo. Descubrí que no necesitaba ser especial ni agraciado físicamente porque el Poder Superior siempre me había amado tal y como soy. No le importaban los actos que yo hubiera cometido. Descubrí que depender de Él significa integrarme a su plan perfecto, que en lo que a mí se refiere es sencillo: ser feliz y libre.
Finalmente, aprendí que la mejor manera de fortalecer esa dependencia a través de los Tres Legados: La Unidad como el camino de compartir experiencia, fortaleza y esperanza; el Servicio como el medio para aprender a dar y darse a los demás desinteresadamente, combatiendo al enemigo número uno de todo neurótico: el egoísmo; y la Recuperación como la manera para el autoanálisis a fondo, doloroso pero utilísimo, para que supiera porque estaba enfermo así como la práctica de los Doce Pasos para ir llenando el hondo vacío que ha dominado.